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Con Tim Wright, jefe de escenario de la gira. Detrás, las tribunas repletas del Estadio Nacional.
  • Crónicas Viajeras
  • 20 marzo, 2020

Una noche con «U2» en Santiago de Chile

A la pasión por viajar se suma mi amor por la música. Corrían los 90 y mi banda favorita lideradera por Bono emprendía una gira mundial que daría mucho que hablar para la época: Pop Mart Tour. Gracias a mi amigo, la leyenda del tenis argentino, Guillermo Vilas, pude vivir una experiencia inolvidable junto a la banda durante su presentación en Chile.

Todos tenemos alguna banda o solista que ha marcado en algún momento nuestra vida musical. En mi caso fue el grupo irlandés U2, a quienes escuché por primera vez en 1985. Fue en el programa de videos Música Total que se emitía los sábados. La canción que me atrapó fue Pride (in the name of love). El video comienza con un agitado riff de guitarra y su performer, The Edge, caminando por el puerto de Dublín.

Desde ese instante quedé irremediablemente enganchado con la banda y comencé a buscar los álbumes anteriores a The Unforgettable Fire editado en 1984 que sigue siendo, a mi gusto, el mejor disco de U2. En 1997 apareció el magnífico The Joshua Tree que los catapultó como súper banda mundial.

En octubre de 1988 asistí al concierto Human Rights Now de Amnesty International en el Malvinas Argentinas. Actuaron Tracy Chapman, Yossou N´Dour, Peter Gabriel, Sting y Bruce Springsteen. U2 participó en el evento en Estados Unidos, donde se llamó Conspiracy of Hope pero no llegó a Sudamérica. Primera chance perdida de verlos en vivo.

En 1991 tomó las bateas el revolucionario disco ¡Achtung baby! La gira Zoo TV está considerada como uno de los espectáculos musicales más impactantes nunca vistos en un estadio. En esa ocasión rodaron por todo el mundo pero se volvieron a olvidar de Sudamérica.

En 1997 se editó el discotequero Pop y con bombos y platillos se anunció su presencia en estas latitudes para febrero de 1998 en el estadio de River. La larga espera llegaba a su fin. En ese entonces vivía en Buenos Aires y estaba trabajando en el libro de Guillermo Vilas. Me acerqué a un Musimundo en peatonal Florida y compré tres tickets de campo a 50 dólares (o pesos de la época del 1 a 1) para el 6 de febrero que era el segundo de los tres show anunciados.

Asistí con dos amigos fanáticos, Pablo y Jorge. Entramos temprano y tuvimos suerte de ingresar en el corralito a pocos metros del escenario. Pasamos toda la tarde sentados en el césped del Monumental. La espera se hacía tediosa pero valió la pena.

A las 20 arrancó la música con los Babasónicos. Después vino Illya Kuryaki y todo el mundo empezó a “mover el culo”. La noche y los ánimos estaban excitados después de la intro de Horvilleur y Spinetta.

Hacia las 22 se apagaron las luces y subió el volumen de la versión remixada de ¡Pop Muzik! Entre el ¡¡Ahh!! de los fans y los reflectores que recorrían el estadio apareció el grupo caminando por un pasillo entre la gente. Giré sorprendido porque no los esperaba allí sino sobre el escenario.

La púa de The Edge con la que toqué la guitarra y los pases VIP y de personal para ver el show tras bambalinas.

The Edge encabezaba la marcha seguido por Mullen, Clayton y Bono al final vestido con una capa de boxeador. Tomaron sus puestos y el tema Mofo abrió el show con la pantalla gigante encendida que los hacía ver pequeños. Después vino el clásico I will follow y era imposible dejar de saltar junto a la masa de gente apoyando las manos en los hombros de quien está adelante. Si no se acompaña el movimiento de la marea humana la multitud apretujada te aplasta.

Empezaron a sacar chicas sofocadas rumbo a la enfermería. Un ambiente rockero que solo Buenos Aires puede entregar. El feedback entre público y banda se notó y el recital fue para el recuerdo. Quedó cumplido mi sueño de verlos en vivo.

Guillermo Vilas y su regalo inolvidable

Al otro día llamé a Vilas para juntarnos y seguir con las entrevistas. Me atendió apurado y entrecortado. Me dijo que estaba jugando tenis con la banda en las canchas techadas de la calle Costa Rica en Palermo. Me quedé de una pieza al imaginármelo con los U2 en persona. Aunque ya estaba acostumbrado a esas sorpresas. Una noche lo llamé y me dijo que estaba cenando con Keith Richards quien le ha firmado varias guitarras. Es conocida su afición por la banda de la lengua burlona.

Al otro día me cita en su casa del bajo Belgrano y subo al estudio donde ensayaba con su banda para el disco Vilas 98 (me regaló una copia). Veo apoyado en una silla un pase VIP para el Pop Mart Tour. Le comenté que era seguidor del grupo y había estado en River. Willy me preguntó si iba a verlos a Santiago el 11 y le dije que no tenía tickets. Ahí mismo me sugirió: Si querés ir avisame. Te consigo entradas.

Pensé que bromeaba pero iba en serio. Yo regresaba a Mendoza y calzaba justo. Hablamos sobre el capítulo de su infancia y al despedirnos insistió: Si te pinta ir dame un llamado cuando llegues.

En la mañana del 10 ya estaba en Mendoza. A la tarde lo llamé y me dijo que lo volviera a ubicar a la noche, que iba a arreglar todo. Lo telefoneo ansioso y me dice que estaba hablando con el asistente de The Edge para combinar y me avisaba. Media hora después suena el teléfono de mi departamento y me dice: Anotá: habitación 527 del Sheraton Santiago. Preguntá por Dallas Schoo que es la mano derecha de The Edge. Va a tener listos dos pases a tu nombre para el recital de mañana.

La nota que me dejó Dallas en el Sheraton Santiago para retirar los pases del Pop Mart Tour que me consiguió Guillermo Vilas, amigo personal de la banda.

Un sueño en Santiago

Le agradecí el gesto y apenas colgué le avisé a Pablo con quien había ido al show de River y le conté todo. Le costaba creer que el mismo Guillermo Vilas me había conseguido dos pases en tres llamados telefónicos. A la mañana siguiente tomamos un colectivo de Turbus y al mediodía arribamos en Santiago.

Dejamos las mochilas y tomamos el Metro de la Línea 1. Bajamos en la estación Salvador, cruzamos el río Mapocho y entramos directo al mostrador del hotel que está al pie del cerro San Cristóbal. Le doy mi apellido al recepcionista y le pido el sobre que me dejaron. Mi amigo contuvo la respiración mientras lo buscaba y se derrumbó cuando el empleado me dijo:  –No hay nada a su nombre

Le rogué que insistiera y con bastante desgano revisó nuevamente. Esta vez apareció un sobre blanco con membrete del hotel a nombre de Mr. Frederico. A Pablo le volvió el color a la cara. En el interior había dos pases adhesivos redondos color rosado que utiliza el personal que monta el escenario. También una nota manuscrita de Dallas Schoo, el técnico personal de Edge, diciéndome que lo ubicara en el sector izquierdo del stage y una vez allí lo mandara a llamar.

Me hizo gracia la frase con que terminaba la nota: Vilas is my new friend” (Vilas es mi nuevo amigo).

Partimos en micro al Estadio Nacional y entramos por la puerta de Avenida Grecia. Mostramos los pases y nos dejaron ingresar sin control de cacheo. Una deferencia. Dentro del campo vi a mi izquierda el escenario con el arco amarillo alusivo a Mc Donald´s, la pantalla gigante y el limón que se transforma en bola de espejos. Todo diseñado por Mark Fisher y Willie Williams. Con solo mostrar el pase rosado los controles se iban abriendo ante nosotros como las aguas a Moisés. Llegamos al borde mismo del escenario y le mostré la nota de Dallas a un asistente que enseguida lo ubicó por el handy.

El limón que se transforma en bola de espejos a mitad del show. Aparecieron con las camisetas de la Selección chilena.

Apareció un rubio muy simpático quien trabaja con la banda desde el disco Rattle and Hum de 1988. Lo seguimos y nos dio un paseo guiado por el escenario. Pasamos debajo de la pantalla LED de 45 metros de largo y 15 de alto, la más grande del mundo en ese momento. Estuvimos dentro del limón de doce metros. A mitad del show la banda se mete allí y avanzan hacia un mini escenario donde hacen un set acústico. Una pequeña grúa mueve el limón, pero nada es perfecto ya que el mecanismo falló en Oslo, Tokio y Sydney.

Pasamos frente a un grupo de programadores que en tres computadoras editaban las imágenes que se verían a la noche. La más impactante es la que muestra la teoría evolutiva del Homo Sapiens al Hombre de Cromañón quien termina empujando un carro de supermercado. Una crítica a la sociedad consumista que era el tono general del Pop Mart. A cuatro horas del inicio había un frenesí de actividad tras bastidores con gente conectando cables y equipos por todas partes.

La emoción fue en aumento cuando nos hace subir al escenario mismo donde probaba sonido la banda soporte chilena. Tuve la misma visión que Bono con 55.000 personas a mis pies. Como no era Bono algunos me arrojaron botellas vacías de agua mineral. Pude acariciar la batería de Larry Mullen que ya estaba armada y tapada con una lona. Pasamos debajo del arco amarillo de 32 metros que sirve de soporte al sistema de sonido. Los parlantes, color naranja, se apoyan ahí.

Lo mejor vino cuando Dallas nos invitó a bajar a su zona de trabajo. Allí estaban las guitarras de The Edge  afinadas y alineadas. Se las va pasando a medida que las necesita y tiene una pedalera de efectos idéntica por si se olvida de apretar algún botón.

Rasgando la Rickenbacker 360/12 que The Edge utiliza en el tema Mysterious Ways. Me acompaña su asistente, Dallas Schoo.

Conté catorce violas. Entre ellas había Gibson Explorer y Les Paul, Ibañez Modulus Graphite y Squire Stratocaster. Fender Stratocaster Sunburst y Telecaster Graphite. En un momento Dallas tomó una Fender Stratocaster Blackie One y una púa celeste. Conectó la guitarra a su propio retorno y empezó a puntear Where the streets have no name, I will follow y Bad. Sonaba igual, claro, si era la misma con la que Edge creó los temas. Simplemente alucinante.

Filmamos y sacamos fotos. Casi me desmayo cuando, sin pedírselo, me colgó al hombro una guitarra Rickenbacker 360/12 color blanco con bordes naranjas que Edge utiliza en vivo para Misterious ways y en el video Sometimes you can´t make it on your own. Era como si a un creyente le pasaran el cáliz de Cristo. Rasgué las cuerdas sin poder creer que pertenecía a uno de mis ídolos de siempre. Encima me regaló la púa que hoy está puesta en un cuadro junto a los pases.

Las violas preparadas en el orden en que Dallas se las va pasando a The Edge según avanza el show.

Salimos de su box y fuimos al sector donde trabaja el llamado quinto U2, Des Broadbery, quien con sus teclados y secuenciadores hace los complementos sonoros que necesita la banda. Sigue la actuación desde un monitor debajo del stage. Cuando terminó la visita guiada Dallas sacó de sus bolsillos dos pases VIP idénticos a los que vi en casa de Vilas. Nos dijo que con ellos teníamos acceso a los sectores más importantes, incluido el catering después del show con el grupo.

Nos señaló una zona desde donde se escuchaba mejor el recital debajo de una columna que retarda el sonido para que la música llegue al mismo tiempo a los fans que están junto al escenario y a los del fondo del estadio.  Se acercó una chica rubia, Isidora, tras el alambrado y nos preguntó quiénes éramos al vernos dentro del escenario. Como ya tenía la acreditación VIP le di mi pase de personal a escondidas, dio la vuelta al estadio y se vino escuchar el recital con nosotros en primera fila.

El sector bajo escenario del tecladista Des Broadbery quien es llamado el “Quinto U2”. Desde aquí sigue el show por un monitor y hace los acompañamientos que la banda necesita.

El repertorio fue casi igual al de River. Solo variaron cuatro temas. Al final aparecieron las madres de desaparecidos chilenos y Bono increpó a Pinochet. Muchos espectadores se dieron vuelta desairando el momento. Cuando terminó fuimos a ver a Dallas que ya estaba empacando las guitarras para el show de Australia.

Nos comentó que la banda se fue directamente al hotel porque no les había gustado la onda del público que estuvo menos eufórico en contraste con Buenos Aires. Igual fuimos al catering que estaba servido en una carpa blanca detrás del escenario pero nadie había probado bocado. En la zona de camarines vi a Daniel Grinbank conversando con otro manager. De la banda, ni rastro. Una foto con Bono hubiera sido el final apoteósico de una noche perfecta.

Fin de fiesta. Así se desmonta el escenario y se embala para enviarlo hacia Australia, siguiente fecha de la gira.

 

*Por Federico Chaine. Periodista especializado en viajes y turismo. Especial para El Descorche Diario.

Contacto: fedechaine@hotmail.com