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La Paz es la Capital más alta del mundo.
  • Crónicas Viajeras
  • 17 febrero, 2020

Bolivia, La Paz y el Lago Titicaca

La capital boliviana es la más alta del mundo, a más de 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar, ofrece una particular postal rodeada de montañas con sus laderas llenas de casas. De allí a Copacabana, la ciudad a orillas del Titicaca y el desafío de convivir con el mal de altura.

El primer tramo del viaje en micro fue de Mendoza a Jujuy. En la capital norteña cambié de bus hasta La Quiaca en el límite con Bolivia. Crucé a pie el puente que une los dos países y realicé el trámite de inmigración en un puesto de la policía boliviana en la ciudad de Villazón.

Tuve suerte de encontrar un micro que partía a La Paz al atardecer, viajando toda la noche. La mayor parte del trayecto es sobre caminos de tierra. A pocos kilómetros de iniciado el viaje el guarda pasó con un rollo de cinta adhesiva sellando las ventanas, que no cerraban bien, para evitar el polvo y el frío ya que íbamos ascendiendo.

Mi respaldo estaba roto y no se reclinaba hacia atrás. El bus estaba torcido hacia la derecha y la inclinación me tiraba junto a mi compañero de asiento, un lugareño que no abrió la boca en todo el periplo. Intenté dormir pero el traqueteo era incesante. A ello sumaba mi esfuerzo para mantenerme derecho y no terminar apoyado en el hombro de mi vecino.

La primera escala nocturna fue en Tupiza donde subió gente que iba hasta la ciudad minera de Oruro pero no había asientos libres y quedaron de pie. Logré dormir unas horas y cuando desperté traté de estirar las piernas en el pasillo y toqué un bulto. Demoré en comprender que era una persona tirada en el piso. Pedí permiso para incorporarme y una mujer desdentada destapó su cara con gesto de que la estaba molestando.

Una odisea comunicativa. Es cosa habitual en Bolivia que las personas hablen para adentro y sin hacer contacto visual. Son muy tímidos.

Me dijo algo que no entendí, cosa habitual en Bolivia donde hablan para adentro y sin hacer contacto visual, tímidos. Me estaba diciendo que me quejara con el chofer. Vino el guarda y la señora se levantó. Su solución fue tirarse otra vez al piso pero unos asientos más atrás. El servicio ejecutivo de la unidad no tenía toilette y una madre que viajaba con una niña no tuvo mejor idea que plantar a la criatura en el pasillo para que desaguara. El reguero de líquido amarillento serpenteó pasillo abajo hasta perderse entre los asientos. No podía creer lo que veía.

A la mañana temprano el chofer paró en medio de la nada y gritando como si fuéramos ganado nos invitó a bajar del coche para hacer nuestras necesidades. Pudorosamente busqué un yuyal que me tapara y cuando miró hacia atrás veo a todas las mujeres en cuclillas alrededor del colectivo sin la menor preocupación orinando bajo las faldas de sus vestimentas típicas del altiplano.

Finalmente llegamos a La Paz con sus 3.630 metros de altura. La capital más alta del mundo. Estuve un par de días conociendo y recuperando fuerzas. Asombra ver las montañas que rodean la urbe con casas construidas en las laderas. Contrariamente a lo que ocurre en otras ciudades, la gente de clase acomodada vive en las zonas bajas y los humildes en las alturas.

La Plaza Murillo marca el Kilómetro Cero.

Recorrí la zona céntrica y vi el Palacio de Gobierno sobre la Plaza Murillo en cuyo centro un monolito indica el Kilómetro Cero boliviano. La Catedral de San Francisco impacta con su diseño de estilo mixto indígena-español. La cercana Plaza Mayor sirve como referencia para llegar al Mercado de Brujas donde se pueden adquirir productos típicos del altiplano a buenos precios.

A solo dos cuadras, sobre calle Linares 906, se puede visitar el curioso Museo de la Coca que explica la importancia de este cultivo para los habitantes del altiplano. El estadio de fútbol Hernando Siles hervía de gente porque jugaban el local Bolívar y Santos de Brasil por Copa Libertadores.

Lustrabotas en pleno centro de La Paz.

Seguí disfrutando de la cordialidad boliviana cuando al preguntar por una calle o monumento la gente me ignoraba. Llegué a pensar que algo en mi cara los espantaba. Otra odisea comunicativa fue cuando quise comprar una edición de bolsillo de El código Da Vinci en un puesto callejero. La dueña estaba sentada contra un árbol casi de espaldas a su local. Le pregunté si tenía el libro y sin mirarme me hizo un gesto con la mano hacia un estante. Busqué y le dije que no lo veía. Sin pararse de su sillita hizo otra seña y mandó a una niña a mirar conmigo otra vez.

La criatura también buscó infructuosamente. Fue a la señora y le dijo que no estaba. Recién entonces se dignó a pararse y pudo confirmar por tercera vez lo que le venía diciendo. Levantó una tapa de latón al costado del puesto y extrajo un ejemplar del best seller de Dan Brown. Tratar de entender cuanto costaba fue otro esfuerzo auditivo. Me lo llevé por 15 bolivianos (dos dólares). Cuando me alejaba di media vuelta y la mujer estaba otra vez sentada junto al árbol mirando hacia la nada.

Rumbo a Copacabana

Dejé la altura de La Paz para continuar subiendo aún más hacia Copacabana, que no tiene nada que ver con la famosa playa carioca. Es una ciudad a orillas del lago Titicaca. En un tramo del viaje la ruta topa con el lago y se corta abruptamente. Nos bajamos del colectivo que fue subido a una enorme balsa a remo impulsada por dos hombres. Los pasajeros fuimos en una lancha hasta la otra orilla donde esperamos que cruzaran el bus para seguir viaje.

Para cruzar el lago Titicaca el micro viaja un tramo sobre el agua.

La Virgen de Copacabana es la Patrona de Bolivia y miles de fieles viajan todos los años para adorarla. Repoa en el altar mayor de una hermosa catedral estilo español. Tomé una embarcación para ir hasta la Isla del Sol en el centro del Titicaca. Bolivia y Perú comparten este espejo de agua ubicado a 3.814 metros sobre el nivel del mar lo que lo convierte en el lago navegable más alto del planeta.

Ya en la isla sentí un poco los efectos del apunamiento que no me había molestado en La Paz. Me dieron una hierba para oler y evitar el mal de altura o soroche. Un isleño nos llevó hasta la piedra sagrada en cuya cara se adivina la silueta de un puma.

Catedral de Copacabana, la Virgen Patrona de Bolivia.

Titicaca significa, precisamente, Puma de piedra y según la leyenda de allí surgieron Manco Capac y su hermana-esposa Mama Ocllo, los creadores del Imperio Inca. Esta es una de las tres piedras energéticas de América. Hay otra en Perú y la restante en México. Estaba nublado y las aguas del lago eran grisáceas. A medida que asomaba el sol cambiaron de tonalidad hasta llegar a turquesa. Me senté cerca de la piedra ceremonial donde realizaban los sacrificios humanos dedicados al Dios Sol o Inti en quechua, la lengua de los Incas.

El silencio del lugar solo es alterado por el ulular incesante del viento. Embarcamos rumbo a la Isla de la Luna habitada solamente por mujeres quienes tejían y cultivaban hasta que se hacían casaderas. No pudimos llegar. El Titicaca es imprevisible y olas de casi un metro comenzaron a desbalancear la embarcación.

Altar de los sacrificios.

El guía nos dijo que regresábamos a Copacabana y volvimos en medio del enojo de un español que protestaba porque había pagado para ver las dos islas. A veces la naturaleza se impone de forma imprevista y hay que saber adaptarse cuando se está viajando.

Una pausa a orillas del Titicaca, el lago que pertenece a Bolivia y Perú.


INFO PARA VIAJEROS

– Basílica de San Francisco: gratuita.

– Teleférico: 50 centavos de dólar cada tramo.

– Museo de la Coca: gratuito (lunes a sábados de 10 a 19 hs).

–  Hotel en Copacabana: desde 15 dólares un Tres Estrellas.

– Basílica Nuestra Señora de Copacabana: gratuita.

– Barcaza hasta Isla del Sol y de la Luna: 3 dólares.

 

*Por Federico Chaine. Periodista especializado en viajes y turismo. Especial para El Descorche Diario.

Contacto: fedechaine@hotmail.com