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El patio central de la Madraza Ben Youssef. Es una escuela donde se enseña el Corán a jóvenes discípulos.
  • Crónicas viajeras
  • 17 septiembre, 2019

Marruecos: viaje a la Cultura Bereber

Un recorrido desbordante de color, sabor, leyendas y tradiciones. El desierto y el mar. Cine, lujo, historia, fe y cultos. Marrakech, el corazón del Atlas y Casablanca, la mezquita junto al mar y el recuerdo cinematográfico.

Era junio, verano en el hemisferio Norte. Me encontraba residiendo en Valencia, España, cuando observé un mapa y ahí nomás, casi en la otra vereda cruzando el Estrecho de Gibraltar fijé la vista en Marruecos, uno de los países árabes del norte de África. Un vuelo de solo dos horas desde Madrid me dejó en Marrakech, la ciudad más visitada e internacional del país. Se ubica en el corazón del Atlas, como se denomina esa zona del desierto marroquí.

El aire seco y caliente me envolvió ni bien pisar la escalerilla para descender a la pista y caminar hasta la sala de inmigraciones del aeropuerto Menara. Ingresé sin problemas. Teniendo pasaporte argentino no se necesita visa. Fui a retirar la mochila de la cinta transportadora y un ovejero alemán caminaba sobre los equipajes y olfateando en busca de drogas o explosivos -(Quince días después de este viaje hubo un atentado suicida en el aeropuerto de Estambul)-. No tuve mejor idea que sacar el teléfono para hacerle una foto al hacendoso animal. Logré dos tomas pero uno de los policías me vio. Se acercó con gesto adusto y en francés, el idioma más hablado junto al árabe y el bereber, me pidió el celular. El mismo borró las fotos y tras mirarme con cara de pocos amigos volvió a su puesto.

Busqué la salida aguardando el acoso de los taxistas para ir al centro de la ciudad pero apenas un par lo intentaron. Cuando me vieron caminar hacia el bus 19 de Alsa que te lleva por solo tres euros (30 dirhams marroquíes) declinaron sus ofertas.

En apenas 10 minutos ya estaba en la parada de la plaza Jemá El Fná, punto neurálgico de Marrakech. Con plano en mano y tras pedir algunas indicaciones fui caminando hasta mi hostel, el Dream Kasbah, ubicado en la zona más tradicional de la Medina, el asentamiento donde se fundó la ciudad en el año 1062 por bereberes procedentes de Mauritania.

Paseo por la ciudad

Me ubiqué en mi habitación mixta compartida de seis camas, me bañé y salí a recorrer. Las laberínticas callejuelas se convierten en mercados al aire libre donde se pueden encontrar todo tipo de alimentos frescos. En las improvisadas carnicerías algunos animales eran distinguibles pero había otros que no pude adivinar su origen. Llamó mi atención la gran cantidad de gatos que pululan por las calles, superando en número a los perros. La gente les da de comer y a veces juega con ellos.

La mezquita de la Kasbah fue mi primera parada ya que estaba a pocas calles del hostel. Es uno de los templos más importantes. Desde allí, todavía adaptándome al caos de tráfico vehicular, carretas de paseo, motos y peatones, fui a la puerta Bab Agnaou. Marrakech era, y es, una ciudad amurallada y se ingresaba por estas puertas ubicadas a lo largo de la amplia pared que rodea toda la Medina. Crucé al cementerio de Sidi Es-Souheyli pero un policía me impidió el paso y sacar fotos en el lugar. Por una amplia avenida bordeé el Palacio Real que estaba fuertemente custodiado.

El muro que rodea la ciudad antigua o Medina en Marrakech. Se mantiene en perfectas condiciones.

A la distancia detecté el alminar de la Kutubia, la construcción más alta y emblemática con cierto aire a la Giralda de Sevilla. La terminó de construir en el siglo XII el Sultán almohade Yakub El-Mansur (El Victorioso) sobre los restos de otra mezquita más antigua que no estaba correctamente orientada hacia La Meca. Su minarete mide 70 metros y por ley sagrada ninguna otra construcción de la ciudad puede superar esa altura.

El minarete de la Kutubia. Alcanza los 70 metros y por ley religiosa no se puede construir ningún edificio más alto en la ciudad.

Algunos fieles formaban largas hileras con esterillas colocadas en el suelo para la oración. Al verme haciendo fotos me lo impidieron con gestos. Rodea la Kutubia un amplio parque de palmeras, rosales y naranjos. Los cítricos son uno de los productos más exportados del país.

Frente a este sagrado lugar se ubica la plaza Jemá El Fná con su ecléctica combinación de sonidos, aromas y personajes variopintos que realizan los actos más diversos para conseguir una moneda. Todas las calles confluyen en este amplio espacio de forma irregular. Desde aquí también se inicia el paseo hacia los zocos. Abundan los puestos donde preparan de jugo de naranjas recién exprimidas por cuatro dirhams el vaso.

Tocar a la cobra

Mientras disfrutaba el descanso se me acercó un hombre en busca de su propina. Tocaba una especie de tambores y me acompañó mientras bebía el jugo. Un entrenador de monos hacía que su mascota realizara todo tipo de piruetas. El sonido de las flautas llena la plaza y las serpientes más peligrosas obedecen a su cadencia. Me acerqué para ver el curioso espectáculo. La más intimidante era una cobra negra que danzaba erguida sobre una alfombra al ritmo del peculiar instrumento. El encantador me permitió hacer fotos (previo pago) y me entregó una de las serpientes. Era fría y gomosa al tacto. Por señas y en un precario inglés me dio a entender que esa no picaba. Me hizo las fotos buscando el mejor ángulo junto a sus peligrosas mascotas. Un experto el hombre.

Cual encantador de serpientes en la Plaza Jemá El Fna, corazón de Marrakech, la ciudad mas cosmopolita de Marruecos.

Caía la noche y el olor a comida de los distintos puestos callejeros se hacía notar en el aire. Comer aquí es la opción más económica y autóctona. La plaza también está rodeada de cafés para extranjeros. El más conocido es el Argana que se volvió tristemente célebre cuando en 2001 un fundamentalista se inmoló en su interior matando a 17 personas en el atentado.

Al día siguiente me interné en los zocos para buscar la Madraza de Inb Yusuf. Me perdí cual laberinto borgeano en versión árabe para darme cuenta de que en un momento estaba dando vueltas sobre mí mismo. Con paciencia fui sorteando los puestos de ropa, lámparas, teteras, tallas en madera, especias, alfombras, boticarios de exóticos productos relacionados con la brujería y la magia negra que una mente occidentalizada no puede imaginar hasta verlo con sus propios ojos. Por fin unas letras pintadas en una herrumbrosa pared me indicaban que estaba cerca de mi destino.

La madraza

Las madrazas son escuelas teológicas donde se les enseña el Corán a los jóvenes. Es la única de Marrakesh y una de las mayores del país. Tras diversas modificaciones fue reconstruida en 1565. Es un edificio de dos plantas con 132 habitaciones y celas austeras donde vivían y estudiaban los alumnos. Todas las ventanas dan a un patio central con estanque para las abluciones hecho en mármol de Carrara. Los azulejos, grabados geométricos y versos del Corán en las paredes me recordaron al Taj Mahal en la India.

La sala de oración está decorada con un impactante artesonado de madera de cedro tallada con arabescos, motivos vegetales y citas coránicas. Allí me encontré con una pareja de cordobeses que venían de hacer el camino a Santiago.

Anti-selfie

Despertaba curiosidad entre la gente cuando me hacía fotos con el trípode. Ya sabemos que viajando solo no hay quien te retrate. No soy muy fan de las selfies, salvo caso de emergencia (con la máscara de Tutankhamon en El Cairo). Personalmente, considero que no se puede documentar todo un viaje con selfies. Prefiero los planos abiertos donde se vea el paisaje y el sujeto en segundo plano. No al revés.

Un té con historia

Emergí indemne de los zocos y para tomarme un respiro fui a tomar el té al hotel de lujo La Mamounia. La infusión tradicional de Marruecos es el té de menta. No permiten ingresar con short ni trípode al establecimiento. Me senté en la terraza rodeada de jardines y un amable camarero me trajo la bebida en bandeja y tetera de plata acompañado por tres dulces de chocolate. Se sirve en vaso, no en taza. Al finalizar caminé por los amplios espacios verdes del hotel fundado en 1923 donde se alojaron, entre otros famosos, Sir Winston Churchill y Charles De Gaulle.

Tomando el té en los jardines del Hotel de Lujo La Mamounia.

Casablanca

Programé un día completo para viajar a Casablanca buscando el aire salobre del Océano Atlántico y para conocer la histórica ciudad que se hizo famosa a través del film homónimo de 1942 protagonizado por Humprhey Bogart e Ingrid Bergman. Una travesía de tres horas surcando el desierto y las montañas del Atlas me dejó en la estación de Casa-Voyageurs. Desde allí un taxi al Rick`s Café donde se desarrolló gran parte de la película (filmada en estudios) Está muy cerca del puerto. La atmósfera años cuarenta está perfectamente lograda con las mesas, manteles y mobiliario que decoran el lugar. Un piano, no el original donde tocaba Sam, domina el centro de la escena.

En el Rick´s Café, donde se ambientó “Casablanca”, con Humprey Bogart e Ingrid Bergman.

Era una mañana calurosa y tomé un jugo de naranja en la barra mientras evocaba escenas del clásico hollywoodense. Salió bastante caro: 40 dirhams. Diez veces más que en la plaza Jemá el Fná pero pagaba el ambiente y la mística, por supuesto.

Una caminata de 10 minutos me llevó al otro ícono de Casablanca: la Mezquita de Hassan II. Es la segunda más grande del mundo árabe tras La Meca y su minarete de 200 metros el más alto de la tierra. Está emplazada junto al mar y las olas rompen en la base del sacro edificio. Me remojé en las aguas atlánticas observando el faro al final de la bahía y al anochecer regresé al desierto.

El minarete de la Mezquita de Hassan II en Casablanca es el más alto del mundo árabe: 200 metros.

Otra de las visitas obligadas es a los Jardines Majorelle que están ubicados en la Ciudad Nueva o Gueliz, fuera de las murallas. Todas las construcciones son de color rojizo. Edificios públicos y privados, casas, restaurantes y tiendas. Se conoce a Marrakech como la ciudad roja por el color de la tierra que la rodea. Si fuéramos los dueños de una pinturería lo tendríamos fácil: ¡solo hay que trabajar ese color!

El pintor Jaques Majorelle (1886-1962) construyó su casa-atelier y en los terrenos lindantes fue creando jardines con plantas exóticas de diversos lugares del mundo. Tras su fallecimiento la casa quedó abandonada. En 1980 el modisto Yves Saint-Laurent, quien amaba Marrakech, compró la casa y vivió en ella hasta su muerte en 2008. Sus cenizas fueron esparcidas en estos jardines. La casa destaca por su distintivo color azul cobalto, creado por Majorelle para semejar los tonos del mar Mediterráneo.

Hoteles de lujo y mi experiencia en un hamman*

Además de los hoteles clásicos existen también los Riads, para aquellos que pueden pagarlo. Solo para curiosear visité La Sultana, uno de los más exquisitos y refinados. Está ubicado en pleno bullicio de la Kasbah pero nada más ingresar el ruido queda atrás para sumergirte en una atmósfera de sosiego. Posee hamman, spa, piscinas, boutiques con marcas de lujo, biblioteca y restaurante en la azotea. Salí decidido a darme un gusto y fui a un hamman, no tan lujoso como el de La Sultana pero con trato al cliente que no tenía nada que envidiarle. Se llama Les Bains de La Alhambra.

Un momento de relax en un Haman de Marrakech: “Les Bains de la Alhambra”.

Una señorita me bañó con agua muy caliente y me embadurnó con unas cremas aromáticas. Me dejó allí mientras hacía efecto y a los diez minutos apareció otra chica que frotó todo mi cuerpo con un guante exfoliante. Me salió tanta piel muerta que parecía una iguana mutando. Me lavó completo y pasé a una sala con luz tenue y música ambiental donde masajearon mis pies mientras bebía un preparado de hierbas. Otra mujer colocó una toalla caliente en la cabeza y rostro. Salí de allí relajadísimo. Un final ideal para un viaje muy recomendable al centro de la milenaria cultura bereber.

*Hamman: conocido como baño árabe o turco o hamán, es una modalidad de baño de vapor que incluye limpiar el cuerpo y relajarse.

Info para viajeros

Los argentinos no necesitan visa turística para ingresar a Marruecos.

Bus 19 de Alsa del aeropuerto al centro: 5 dólares.

Hostel Dream Kasbah: 7,5 dólares.

Madraza Inb Yusuf: 8 dólares.

Tomar el té en Hotel La Mamounia: desde 10 dólares.

Tren de Marrakech a Casablanca: 20 dólares ida y vuelta.

El ingreso al Rick´s Café es libre y permiten sacar fotos pero hay que consumir algo.

Mezquita de Hassan II: 15 dólares.

Jardines Majorelle y museo: 13 dólares (solo jardines 9 dólares).

Hamman tradicional: desde 28 dólares.

*Por Federico Chaine. Periodista especializado en viajes y turismo. Especial para El Descorche Diario.

Contacto: fedechaine@hotmail.com